Sin pasto, sin resultados, sin promedios, sin local o visitante.
Con barro, con wing, con enganche, con fútbol, con mística.
En sinpasto nos gusta hablar del ascenso.
Lo demás, trivialidad.

martes, 21 de septiembre de 2010

La camiseta de Riestra

¿Si un equipo cambia de camiseta durante un partido, también puede cambiar el rival, los hinchas y hasta la cancha? Nuestro compañero más lisérgico opina que sí.


Hace dos sábados atrás estaba en la cancha de Riestra, ahí en el Bajo Flores, exactamente al lado del estadio de San Lorenzo. Desde los pequeños bloques de cemento del blanquinegro el Nuevo Gasómetro se erguía imponente, recordándonos a todos los que allí estábamos lo insignificantes de los clubes de la D. En este sentido, y alejándome del tema que me convoca, los dirigentes de Riestra podrían haber elegido otro terreno para edificar su estadio.
Así las cosas, el local enfrentaba a Lugano. El partido pintaba discreto y esto se hacía notar en las tribunas: muy poca gente, menos de 100, en las gradas. Nada fuera de lo común, podríamos afirmar, para un partido de la D. Sin embargo, en el 2do tiempo las cosas tomarían una dimensión propia de una película de ciencia ficción.
¿Por donde empezar?
Hagámoslo por el principio: Riestra salió a jugar el segundo tiempo con una remera diferente a la del 1ero. De un color azul y amarillo que el buen gusto de cualquiera consideraría como “cuestionable”. Se notaba que no era una alternativa. Parecía de entrenamiento, o de esas berretas que mandas a hacer cuando logras convencer a 10 amigos para anotarse en un torneo de futbol. Lugano y los árbitros ya estaban en el campo de juego y vieron desde sus posiciones el extraño vestuario.
A los 8 o 9 minutos del complemento desborda el wing derecho de Riestra, tira el centro y un central de Luga la manda al corner. Y allí lo que no podré explicar jamás en su totalidad.
El aire se tornó pesado y un silencio sepulcral invadió el Guillermo Laza. Los jugadores apenas podían moverse. Fue como si aumentara considerablemente la fuerza de gravedad y todo se volviera más pesado, más lento. Recuerdo que aumento la temperatura y creo que el tamaño del sol hizo lo mismo, como si se hubiera acercado a nosotros, a las 100 personas que estábamos en la cancha. Lo que más me aterró fue la sensación que tenía al respirar. Parecía, lo repito, pesado, como cargado. Casi como un elemento sólido que nos aplastaba y ahogaba. En medio de ese averno, los rayos del enorme sol me cegaron y tape mi vista con mi brazo. Cuando lo creí necesario, baje el brazo y juro por Dios que el corazón se me detuvo. No puedo describir mis sensaciones, le pido disculpas al lector, por lo que pasó a describir lo que vi.


(Nota de Sinpasto: El rumor en la redacción (?) es que con ese atuendo Riestra jugó el primer tiempo...)

Una vez que bajé el brazo, me escurrí los ojos y los abrí lentamente. Vi un río terriblemente sucio, giré la cabeza y se me presentó un edificio enorme abandonado, era una fábrica. Decididamente ya no estaba en la cancha de Riestra, pero seguía en una cancha de futbol: giré otra vez el cuello y delante de mí se desarrollaba un partido de futbol. En medio de mi estupor y terrible cagazo, alcancé a descifrar los equipos que se enfrentaban. Uno era Victoriano Arenas, el otro era Puerto Nuevo. Este último con su casaca azul y amarilla tradicional, muy similar a la que estaba utilizando Riestra. Una vez que reconocí a los equipos de inmediato supe donde estaba. Era Valentín Alsina, más precisamente en aquella curva del Riachuelo que casi aísla a ese inmundo pedazo de tierra del continente. Estaba una de las mejores canchas que le quedan al futbol nacional, la de Victoriano Arenas.
La sensación de ahogo había desaparecido y algo repuesto recordé que antes de salir para la cancha de Riestra mire en el Crónica los otros partidos de la D. Entre ellos figuraban CAVA-Puerto Nuevo. También reconocí al 9 del equipo visitante, que hacía su estreno esa fecha, según rezaba el matutino. Es decir, no había viajado en el tiempo, ni de divisional. Sí en el espacio físico. Seguía en la D, seguía siendo sábado y seguía siendo fines de agosto del 2010, pero ya no estaba en el Bajo Flores
Luego de reponerme de la horrorosa experiencia, me acomodé en el tablón y mire todo el partido. Ciertamente se me paralizaba el corazón del terror cuando un jugador de Puerto Nuevo, con su clásica remera azul y amarrilla, se acercaba a donde yo estaba. Era obvio que esa combinación de colores a la sueca algo había tenido que ver.
Cuando finalizó me dirigí a mi casa sin ningún tipo de problema, y no he tenido ninguno hasta hoy, que es cuando recién me animo a contar esto.
Sin embargo, creo que nunca me animaré a ir a ver a Riestra de vuelta. Al menos hasta que vuelva a usar su tradicional remera.



Por Gonzo

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